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Catandur

Seres perifericos

Agregandose, II

 

Así que allí estábamos. En un lugar que apenas conocíamos: las pistas deportivas. Junto a una portería con un portero regordete con cara de simpático. Y más felices que unas castañuelas porque habíamos entrado en otro grupo sin ningún tipo de trauma. Definitivamente antes todo era más sencillo. Más aún en Las Calas, donde todos éramos más infantiles de lo que debiéramos, no como ahora, donde la infancia a desaparecido en las noches de Conil.

- ¿Estás seguro de que ha dicho “bueno”?-pregunto Pancho.

-Sí, sí, yo le he oído decirlo- respondió Cocom –parecen buena gente

-Pero juegan al fútbol....

Sí, definitivamente jugaban al fútbol y eso no me gustaba. Pero mejor eso que quedarse solo, que una partida de rol con tres jugadores no era divertida. Así que nos sentamos junto a la portería, guardando celosamente nuestras bicicletas y mirándonos nerviosos en aquel lugar hostil. Lo peor vino cuando el portero regordete del que ahora era nuestro equipo gritó varias veces “bueno”, con lo que las dudas se acrecentaron en Pancho porque “la entonación ha sido la misma, no iba por nosotros”. Y el bueno se repitió varias veces, tantas como goles marcaron los delanteros de nuestro equipo, que finalmente ganó el partido, demostrando que no eran unos perdedores. Y con cada gol, nuestras miradas se cruzaban nerviosas.

Al finalizar el partido, todos los jugadores montaron en sus bicis, camino de la piscina de uno de ellos. Y con ellos fuimos nosotros. Al cabo de una media hora, ya en el agua de la enorme piscina de un delantero madrileño, alguien preguntó:

-¿Y vosotros quienes sois?

- Yo soy Pancho, ese Cocom y el gordo Cathan, somos amigos del Ruso.-Tan obvio como siempre, Pancho lo dejó todo claro. Y solucionó todas nuestras dudas: esta gente no sabía quien era el Ruso. Así que Pancho comenzó a describirle a nuestro amigo con todos los detalles que podía.

 

-Sí, killo, es alto, ajin, fuertote,... como Yamcha, pero en ruso.

Nada, que aquellos tíos no sabían quién era el Ruso, y cada vez ponían peores caras. Yo ya me veía peleándome con ellos en la piscina de su casa. Desde luego, no era una buena manera de empezar a entablar amistad. Mis ojos recorrieron la piscina en busca de una sonrisa, y no la vi.

- Si lo conocéis –insistía Pancho- juega al rol con vosotros en Cádiz. Al James Bond.

- ¡Anda!, están hablando del inglés, del colegio- la voz del portero regordete sonó sobre los murmullos del resto. Parecía que el acoplamiento había dado resultado, pese a que Pnacho comenzó a insistir en que no conocía a ningún inglés, que él era amigo de un ruso nacido en Cádiz.

Agregandose I

 

Ayer les dije que hoy les hablaría de mi cambio de grupo. Lo cierto es que se produjo en cuando cumplí los 15 años. Pero el cambio se dio entre los amigos de Las Calas. Mientras algunos de los vecinos ya llevaban años afeitándose otros comenzaban a hacerlo y, como comprenderán, surgieron las diferencias. Más aún, cuando la diferencia de edad provocó que algunos lograran que sus padres le compraran una moto. Mis primos fueron los primeros: dos vespinos, uno rojo y otro negro. Sus padres siempre les compraban las cosas a pares: que la niña quiere un piano, pues al niño, otro; que el niño quiere una Atari, otra para la niña. Y yo llorando por las esquinas para que me comprasen unos dados.

Después de mis primos, la moto cayó en casa de las vecinas y la mayor, María de los Llantos, moto negra. Después le tocó el turno a Juan –que más tarde descubrimos que era un infiltrado de los juanes para desestabilizar nuestro clan-, moto rosa. Y los motorizados decidieron que las noches eran más divertidas en una venta cercana: los acebuches. Y que nuestras partidas de rol no alcohólicas no eran divertidas.

A eso se unió que las niñas del grupo también se fueron. Les diría que por haber encontrado un grupo de niños más altos, listos y guapos que nosotros, pero les mentiría. La verdad es que se fueron porque nosotros solo teníamos ojos para Xena y su relación con Gabriel, lo que nos dejaba poco tiempo para hacerles caso a esllas.

Así que el grupo se disgregó y yo me quede con los pequeños: el Ruso, cuya madre era de allí, tenía un año menos que yo, pero ya con 14 años parecía mucho mayor y, desde luego, nos manejaba a su antojo; Álvaro Ciudades, con 13 añitos era el más pequeño y manipulable... pero ya jugador de rol empedernido; y Pancho, también con 14 tiernos años y aún con la cabeza medianamente en su sitio. El Ruso había comenzado a jugar al rol con unos compañeros del colegio, que tenían casa en Las Calas, y nos dijo que para quedarnos los cuatro solos podíamos juntarnos con sus amigos. Pero que tenía que ser pronto, porque él tenía que ir a Moscu a ver a sus abuelos. Y se fue, pero antes de que pudiésemos conocer a sus amigos. Solo nos dio un dato:

 

-El jueves, a las 5, juegan al fútbol en las pistas.

-¿Hay de eso?- preguntó Pancho.

-Claro, yo las he visto, están cerca de la piscina- respondió Cocom, mientras yo, simplemente, me encogía de hombros.

Así que allí nos fuimos los tres, el Ruso iba camino de casa de su abuela, con muro y todo. Y nos encontramos con un grave problema con el que no nos esperabamos.

-Oye, ¿eso no son dos equipos?- Pancho siempre preguntaba lo más obvio. Pero era cierto, había dos equipos y nosotros no sabíamos cual era el nuestro... o el de nuestro amigo.

Después de un rato observándolos, decidimos que el portero del fondo parecía más simpático. A pesar de ir perdiendo sonreía, con esos mofletes regordetes que recordaban a los míos. Y eso era buena señal, no era un ganador. Nos acercamos a él y, como el mayor que era, yo llevé la voz cantante.

-Eso, eh,... perdona, ¿podemos apalancarnos con vosotros?.

-Bueno....

Y nos convertimos en agregados de un grupo que no sabíamos si era el nuestro...